domingo, 25 de abril de 2010

PRÓLOGO DE LUIS GARCÍA MONTERO: LA COMPAÑÍA PENSATIVA - CUADERNILLO Nº 4: El pasajero de Antonio Jiménez Millán - 20 de abril de 2010.

LA COMPAÑÍA PENSATIVA.

Luis García Montero
La poesía tiene por fortuna sus misterios y sus paradojas. Por eso el taller literario es un laboratorio en el que los cálculos y los trabajos se mezclan con las sorpresas de la verdad. La buena poesía es siempre verosímil en su artificio, pero si hay conocimiento personal por medio nos debe también resultar verdadera. Cuando uno escribe, es consciente de que su trabajo tiene poco que ver con el desahogo sentimental y que es obligado transformar la voz biográfica en un personaje literario. Pero cuando leemos a un amigo necesitamos encontrarlo en sus palabras, un sentimiento que nos demuestra cómo la vida se filtra, se agazapa, resistes, en los entresijos de los procedimientos literarios.
Creo muy difícil separar vida y poesía, letra y recuerdos, cuando el autor es un buen amigo. Después de haber oído recitar con frecuencia a Rafael Alberti, Jaime Gil de Biedma o Ángel González, resulta casi imposible leer sus poemas sin que se imponga en la memoria su música, su modo de hablar o de decir los versos. Después de haber oído recitar a Antonio Jiménez Millán, después de haber viajado con él y de haber compartido muchas horas de nuestra vida, siento que su poesía no sólo es verosímil por su calidad, sino que también es verdadera por su honradez.
Desde que leí en 1977 Último recurso, su primer libro, hasta los poemas de su próximo libro, algunos de los cuales se han adelantado en revistas y cuadernos, la poesía de Antonio hace del pensamiento una forma de música personal, o hace de la música de sus poemas un modo de pensamiento. En pocas ocasiones he visto una palabra que se tome más en serio que la poesía es conocimiento, indagación personal, diálogo inteligente con el paso del tiempo y con los recuerdos, ejercicio de lucidez a la hora de definir nuestra educación sentimental y las relaciones del individuo con la realidad. Más que la expresión de una verdad inmaculada, sus versos se preocupan por evidenciar cómo se forma una verdad, qué decimos al utilizar la primera persona del verbo, por qué el tejido de lo elaborado y lo artificial es el único espacio en el que puede existir la verdad. Esa es la lección de nuestros orígenes y nuestro destino.
Recuerdo muchos días de fútbol en el viejo estadio de Los Cármenes en Granada. En medio de los gritos, a veces de mis exagerados gritos, la compañía discreta de Antonio no restaba un grado a la pasión, pero le otorgaba una forma pensativa de dignidad. Recuerdo muchos viajes compartidos. Sobre todos, quizá el más significativo es el que hicimos en 1984 a Buenos Aires. Digo que es el más significativo porque Antonio ha escrito dos poemas centrados en este viaje, y la literatura da sentido a las cosas. En “El otro laberinto (J. L. B.)” recuerda la visita que hicimos a casa de nuestro admirado Borges, su amabilidad, sus evocaciones de España y el miedo que sentíamos ante alguna opinión política impertinente. En “Invierno austral” se estremece ante el olvido de una sociedad que prefiere quedarse en blanco, mirar hacia otro lado, desamparar a las víctimas para no verse obligada a reconocer el rostro de los verdugos.
Ese olvido, que vivimos juntos en el Buenos Aires de 1984, nos persigue también en la España de 2010. Antonio lo siente, acusa su gravedad, pero su indignación no se convierte en grito, sino en resistencia, en compañía pensativa.
La poesía de Antonio Jiménez Millán ha elaborado una música propia, una verdad de resistente. Los decorados claros, las anécdotas precisas (una biblioteca, una casa abandonada o invadida, una reunión clandestina, un juego, una ciudad), se llenan de poesía, porque se llenan de meditación y de sentimiento, es decir, de la emoción que surge al meditar sobre la raíz de los sentimientos. El lenguaje preciso, la palabra precisa, la verdad precisa, no como mito, sino como la historia de una realidad. Somos el inventario de un desorden.

Luis García Montero.

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